Por Manuel Almánzar
El pasado proceso electoral en Brasil puso en el centro del poder político a Dilma Rousseff, una economista de 62 años miembro del gobernante Partido de los trabajadores y ex jefa de gabinete de Luiz Inácio Lula da Silva. Rousseff se suma a Cristina Fernández, presidenta de Argentina y a Laura Chinchilla presidenta de Costa Rica, un cuadro nada despreciable para América Latina.
Pero no olvidemos que hace hasta algunos meses, Chile también era dirigido por Michelle Bachelet, una mujer que ejerció el poder con éxitos notables y en el que al momento de abandonar el solio presidencial alcanzaba el 80 por ciento de popularidad.
Los avances y la apertura a la realidad innegable de las mujeres en la política, dominada por hombres, nos proporcionan nuevas alternativas a la hora de seleccionar a los responsables de conducir los destinos de nuestros países, y encestan un duro golpe al manoseado argumento de que los latinoamericanos no estamos preparados para votar por una mujer para la presidencia en nuestros países.
Los hechos demuestran que cuando se presentan candidatas con las condiciones requeridas, la preparación intelectual y una marcada vocación de servicio, los pueblos no discriminan, todo lo contrario, valoran positivamente esas aspiraciones que generalmente son coronadas con un éxito electoral rotundo.
Entonces puedo concluir, que tal vez en la República Dominicana no nos encontramos tan lejos de llevar a la presidencia a una mujer con iguales condiciones como las que hoy día gobiernan a Costa Rica, Argentina y Brasil.
Claro está, no soy partidario de que el género sea único argumento para defender la posibilidad de una candidatura presidencial, eso en todo caso sería un elemento más en una serie de condiciones básicas y fundamentales que deben poseer cualquiera que aspire a servirle a su país desde la presidencia.
Como cualquier otro candidato, lo más importante para postular una mujer a la más alta magistratura serían los puntos de vistas con que sustente sus aspiraciones, las bases programáticas que presente al electorado, los principios y valores que defienda, no solo como argumentos para sostener una candidatura, sino como normas permanente de su accionar social.
Es decir que en las oportunidades que la sociedad le presente de servirle haya demostrado que es posible ejercer una función pública apegada a normas, principios y valores esenciales para la convivencia, la paz y el desarrollo social sostenido.
Es muy importante también que esa mujer tenga un nivel de aceptación popular y su labor sea reconocida por toda la sociedad, no solo de los que actúan activamente en la política partidaria, sino también en los amplios sectores, que aun cuando no militan en los partidos políticos son entes sociales activos que aspiran y defienden el derecho que tienen los pueblos a escoger personas verdaderamente interesadas en trabajar por el bien común y el desarrollo nacional.
Teniendo esto como base, entonces, la República Dominicana sí tiene una mujer en la actualidad que llena cabalmente cada uno de los requisitos necesarios para gobernar nuestro país.
Su nombre es la doctora Margarita Cedeño de Fernández, que como Primera Dama ha dado continuidad a una trayectoria de compromiso con los segmentos más vulnerables del país a través de sus programas ampliamente reconocidos por nuestra sociedad y la comunidad internacional, en la lucha contra la reducción de la pobreza, la aprehensión del conocimiento, la reducción de la brecha digital y en la mejora de las condiciones de vida y el desarrollo integral de las familias dominicanas, en un marco de equidad, de solidaridad y de justicia social. Entonces los dominicanos debemos preguntarnos, ¿y por qué no Margarita presidente?
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